El sociopata, hoy
                                      Nos vamos a ocupar de  aquellos a los que Kurt Schneider llamó “desalmados” y que, por su  comportamiento habitual, “hacen sufrir a la sociedad”. Vamos a hablar del  psicópata o sociópata. En este texto ejemplificaremos con el peor, del más  desalmado: el sociópata grave.
                                      ¿Cómo es el sociópata? Es  muy poco sensible, manipulador, egoísta, con una muy alta autovaloración. Vive  una íntima y muy fuerte convicción de “ser el mejor”. Es un soberbio. Para él,  los demás son algo así como “humanos de segunda”. Los otros son sólo cosas, y a  las cosas se las usa. En esa utilización del otro, no tiene frenos éticos.
                                      El psicópata ejerce la  maldad. Julián Marías ha dicho que solamente el hombre  tiene la “posibilidad extrema”,  estrictamente humana y que no tiene el animal, de entregarse a la maldad, lo  que se podría entender como una “posesión  consentida” —la única que permite la forzosa libertad del hombre— (*). Hacer una maldad es una decisión  consciente. Vivir ejerciendo la maldad es una elección libre.
                                      El sujeto ha decidido  vivir así. Y no le importa. Si obtiene algún beneficio, el hecho de servirse  del otro se torna, para “él”, legítimo. Es cruel. Carece de compasión. No hay  sentimiento de culpa y no puede haber, por ende, arrepentimiento. Sucede que le  resulta fácil absolverse, porque… ¿qué culpa tiene “él” si los otros son  tontos? ¿Qué culpa tiene “él” si Dios lo creó así, superior?
¿QUÉ  ES EL PSICÓPATA?
                                                  Para escudriñar la  naturaleza del sociópata vamos a jugar aquí con dos nociones: persona (concepto  filosófico-antropológico) y personalidad (término psicológico-psicopatológico).
                                                  Antropológicamente  hablando, la esencia del hombre —lo que todos los humanos tienen en común y que  lo distingue de los demás seres del mundo natural— es la condición de gozar de  “libre arbitrio”. Eso lo define como Persona.
                                                  Y el ente psíquico que  expresa las diferencias individuales entre unos y otros, el estilo usual con el  que se manifiesta socialmente el hombre, algo así como su “manera de estar” en  el mundo, se conoce como Personalidad.
                                                  Sencillamente dicho, el  hombre “es” Persona y “tiene” Personalidad. La personalidad, concebida como  “estilo”, como “forma” no es ni buena ni mala. Es neutra desde el punto de  vista de los valores. Y, siguiendo a los grandes (Jaspers. Schneider, Kolle,  Alonso Fernández), calificamos como “personalidad anormal” a aquellas poco  frecuentes, raras, alejadas de un ideal “término medio” estadístico. “Las  personalidades anormales representan en resumidas cuentas, variedades del ser humano, mas no primeros grados de enfermedad  mental ni formas intermedias entre esta y la salud” (**). 
                                                  Entonces, con su peculiar  “estilo” individual —“normal” o “anormal”— el sujeto decide y realiza cada  acción concreta. Puede ocurrir que alguien, portador de una personalidad  flemática, poco sensible, emocionalmente apagada, decida libremente apartarse  de la sociedad y ser investigador científico aislado en un laboratorio. Puede  también suceder que otro, con similar “estilo”, decida trabajar de asesino  profesional. A este último lo designamos sociópata (“hace sufrir”).
                                                Es decir que, apasionado o  flemático, con el tipo de Personalidad que sea, el sujeto elige vivir  ejecutando valores “pro-sociales” o “antisociales”. Más allá del modo  individual, el violar las normas morales es una decisión consciente. Así las  cosas, se evidencia que no es la “personalidad” la que se expresa  perturbadoramente, sino la “persona”. No  existe la “personalidad antisocial” (que a lo sumo podrá catalogarse de  “insocial”), lo que existe es la  “persona antisocial”.
LO  QUE EL SOCIÓPATA NO ES 
                                                  Para entender al hombre no  enfermo mental, sea “normal”, sea “psicópata”, no caben los enfoques  reduccionistas, que “explican” a la “totalidad humana” exclusivamente desde uno  de sus componentes. En el sociópata no existen “inconscientes” empujes anímicos  que gobiernen fatalmente su accionar. No hay, por así decirlo, un “instinto  asesino”, como sugieren  algunas teorías  psicologistas. Tampoco existen invencibles fuerzas sociales que lo manejen cual  títere, como insinúan ciertas corrientes   sociologistas. Y no hay un “gen pérfido”, y tampoco hay un “centro  cerebral de la malignidad”. Las barrabasadas que el psicópata hace no son  producto de algún escondido factor biológico, como alegan los  materialistas-biologistas. Pero aquí debemos detenernos. 
  Excursus oportuno. Investigaciones neurobiológicas han encontrado en el psicópata  no pocas anomalías en la estructura  cerebral. Entre otras, se señalan anomalías en la corteza prefrontal,  anomalías en la conexión amígdala-corteza orbital, anomalías en el “Gen  guerrero MAO-A” (productor la monoaminoxidasa  A, enzima que degrada los neurotransmisores dopamina, norepinefrina y  serotonina), y se ha detectado una baja actividad neuronal en el cortex orbital,  sector del cerebro que tiene conexión con la “amígdala”, que se relaciona con  la “afectividad”. Estos son hallazgos, por decirlo así, “objetivos”.
                                                  Está bien  hablar de anomalías, es decir de variantes, y no de lesiones, pues estas  significan “daño orgánico” y enfermedad mental, y el sociópata no ni “lesionado  cerebral” ni enfermo psíquico. Y, hablando de “facultades mentales”,  corresponde advertir que esas “anomalías” no tienen relación ni con el  discernimiento  (capacidad de entender”)  ni con voluntad (“capacidad de decidir”), que son las dos capacidades que, en  el Fuero Criminal, fundamentan la imputabilidad de las personas. Las anomalías  cerebrales halladas en el psicópata tienen algo que ver con la frialdad del  humor, con el apagamiento emocional. Ante estos datos, cabe decir dos cosas.
            1.- que ser “frío” no es  ni bueno ni malo. 
            2.- que se tienen dos  hechos coexistentes: hay “hipoafectividad” y hay una “baja en la actividad  neuronal” de la corteza orbitaria. No pocos investigadores, muy rápidamente, concluyen  que la baja actividad neuronal es “causa” de la hipoafectividad, que viene a  resultar “efecto”. Es esta una interpretación propia de los  biologistas-materialistas quienes al más que bi-milenario problema de la  relación “cuerpo-alma” (o “mente-cerebro”) lo han resuelto adjudicando al  cerebro la autoría de la vida psíquica del hombre. La mente emerge del cerebro,  nos dicen. Es la solución “monista” del problema. Esta afirmación —“cerebro  causa-hipoafectividad efecto”— es, cuanto menos, discutible. Puede haber otra interpretación  de esos “hallazgos” ¿Cual? Es sabido que si un órgano o un tejido cualquiera  que se usa poco, se achica. Aceptando que exista una relación entre  “hipoafectividad” y “baja actividad neuronal”, surge una pregunta de “sentido  común”: ¿Y si la “baja en la actividad neuronal” detectada en un sector del  cortex cerebral no es “causa”, sino “efecto”? ¿No será que hay personas  hipoafectivas “de fábrica”, y que esa condición conlleva una escasa  estimulación de la corteza orbital cerebral correspondiente, y eso cause, con  el tiempo, su achicamiento? Esta interpretación surge de la visión “dualista”  de la relación mente-cerebro. Este planteo “no materialista” concibe a la vida  psíquica humana como el fruto de la unión “mente inmaterial-cerebro material”, lo  que se expresa —desde Sócrates y Platón—   con aquello de “la mente es el piloto del cuerpo” (hoy cerebro), cosa  aceptada por el filósofo Karl Popper, y muchos más. ¿Ejemplos de esto? La mente  no es un “sistema material”, ha dicho Edwin Schödinger, físico cuántico. El  cerebro es un complejísimo ordenador manejado por la mente inmaterial, ha dicho  Wilder Penfield, neurólogo y neurocirujano. El “Yo” (mente autoconsciente)  actúa sobre los centros neurales, ha dicho John Eccles (neurobiólogo).
                                                En otro lado  se podremos discutir si el cerebro es causa de la frialdad emotiva o si, por el  contrario, la mengua emocional es causa de una caída en el trabajo de las  neuronas. Lo que aquí importa es que la clínica evidencia la existencia de hipoafectividad.  En la totalidad mental del sociópata, con el entendimiento y la voluntad  intactos (sin anomalías ni “trastornos”), la presencia de gelidez afectiva hace  un aporte muy significativo a la comprensión de ese concreto “delito del  sociópata“. Los hallazgos neurobiológicos no desautorizan para nada concluir  que el desalmado sabía lo  que hacía y quiso hacerlo. Y, con toda libertad, lo ejecutó serenamente, sin  interferencias de molestos estados emocionales. Es por eso que jamás, en ningún lugar, prosperó ningún intento  materialista de sostener “imputabilidad atenuada” o “inimputabilidad” en el  psicópata. Un Tribunal no juzga cerebros, juzga personas. Excursus - The End.  
EL  SOCIÓPATA EN ACCIÓN 
                                                  Por supuesto que un  crimen, aun el más simple, es siempre repudiable. Pero de vez en cuando sucede  uno que nos impacta como asombrosamente brutal: un atentado contra la vida o la  dignidad de seres humanos incapaces de defenderse. ¿Qué clase de persona es  capaz de tales felonías? El “psicópata grave”. ¿Ejemplos? Mencionamos algunos.
            - El asesino serial, quien, en su  realización de la monstruosidad, goza torturando y denigrando a su presa. Así  experimenta el placer de sentirse superior.
            - El violador serial, disfruta  sometiendo y mancillando a su víctima, y finaliza su obra asesinándola.
            - El “sicario”, que impasiblemente  cumple con una tarea remunerada, asesinando alevosamente a desprevenidos.
            - El miembro de una red de “trata de  personas”, que secuestra jovencitas, las droga las mantiene secuestradas,  “comerciándolas”  como objeto para uso  sexual en prostíbulos.
            - El “político fanático”, sectario,  intolerante, jacobino, mesiánico, “iluminado” que —justificando su accionar con  un “ideal humanitario”— no duda en masacrar inocentes. Aquí están el terrorista  y el dictador autócrata. También está ese “funcionario público” que, abusando  de su poder, se enriquece robando, y asesinado inocentes, pues la corrupción  mata.
          Para ninguno de ellos la  vida del otro tiene valor.
¿QUÉ  HACER CON EL SOCIÓPATA?
                                                  Para decidir que hay que  hacer con un sujeto así, se deben tener en cuenta dos cuestiones.
            1.- El “desalmado”  es solamente una clase muy singular de ser  humano que no tiene limitación alguna en la capacidad mental de comprender ni  de decidir. Goza de pleno libre arbitrio. Es totalmente responsable de sus  actos.
            2.- El sociópata es “no reeducable”.  ¿Por qué? La explicación es sencillísima: no quiere cambiar. ¿Quién, convencido  de ser el mejor, va a querer ser “otro”? Seguirá ejerciendo la maldad. Y, quizá  perfeccionándose, repetirá su comportamiento antisocial. No cabe ilusionarse  con una posible “resocialización”.
                                                  Frente a esta realidad —y,  por si es necesario, aclarando que también hay mujeres psicópatas— la Humanidad  debe protegerse. ¿Cómo? Una vez probada la ejecución de su primer crimen  aberrante, la “persona antisocial” irá a prisión para siempre. Jamás, por  ningún motivo, podrá otorgársele un beneficio o una atenuación de la condena.  No deberá salir nunca de la cárcel. Así se hace en muchos países. 
                    
  Julio Roberto Zazzali 
  Perito  Psiquiatra Oficial de la Justicia de la 
  Provincia  de Buenos Aires, Argentina.
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Citas bibliográficas
(*) Marías, Julián, Persona,  Alianza Editorial, pag. 19. 
            
          (**) Kolle, Kurt, Psiquiatría, Editorial Alambra, Madrid,  1946, pag. 53.